Comerse una arepa requiere destrezas especiales.
Es una de esas venezolanidades que adquirimos sin darnos cuenta. Es un acto de malabarismo que si no lo aprendemos de chiquitos, luego tenemos altos riesgos de perder la mitad de nuestra comida rodando por los suelos.
Primero, el reto de sostenerla, balanceando en una mano, el plato de cartón y la envoltura de papel. Mientras, con la otra, la desfloramos para poder darle el primer mordisco. Cuando lo logramos, con la boca bien abierta y firme, debemos comerla en un recorrido circular, como las agujas del reloj, para poder “agarrar” masa y relleno al mismo tiempo que atajar cualquier pedazo que intente escapar y evadir el chorrito de grasa que se desliza por la mano.
Es una deliciosa operación que nos caracteriza, y que cuando invitamos a un amigo de otro país a disfrutar de una buena arepa rellena, después de una noche de trasnocho, en una arepera plena de gente e iluminada de luces de neón, no debemos sorprendernos, cuando este, asombrado con nuestra habilidad y temeroso de fracasar en su intento de imitarnos, termina comiéndosela con cuchillo y tenedor, lo cual seguramente, no le sabrá igual.
lunes, 21 de diciembre de 2009
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